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El niño eterno, según Marie-Louise von Franz

A lo largo de una serie de conferencias realizadas entre 1959 y 1960, la discípula de Jung, Marie-Louise von Franz, desarrolla diversos aspectos de la figura del puer aeternus, es decir, aquel adulto que vive como un eterno adolescente.

La imagen del niño eterno se observa a través de la mitología en diversas divinidades, entre los que podemos citar a Dioniso, Eros (Cupido), Tammuz, Atis, Adonis, etc. Todos estos seres viven en un estado de perpetua juventud y suelen tener alguna relación con la idea de la muerte y la resurrección. Como sucede con el joven Yaco, están conectados con cultos dedicados a la diosa madre.

En el ser humano, el arquetipo del “Peter Pan” se observa, según von Franz, en aquellos hombres que tienen una marcada conexión con la energía materna. Como ya expuse en otro artículo, Jung ve dos manifestaciones típicas en el hombre que vive dentro del arquetipo materno. La primera es la homosexualidad (la madre es el único objeto de amor, lo que imposibilita experimentarlo con ninguna otra mujer). La segunda es el donjuanismo (se busca a la madre en toda mujer, y al no encontrarla, la búsqueda se vuelve eterna).

Suelen ser personas que no se adaptan bien a la sociedad y que, secretamente, se sienten mejores que los demás. Hay dificultades para asentarse en el mundo, en el trabajo, en las relaciones, porque siempre hay algo imperfecto, un “pero”, que impide el compromiso.

Estas personas viven una “vida provisional”. La sensación de que aún no han llegado a la vida real, sino que esto es algo que vendrá “después”. Son personas que temen estar atadas a algo, porque eso rompería sus expectativas de alcanzar eso que “tiene que llegar”, pero que, debido a su actitud no comprometida, nunca llega. La necesidad de tener una vía de escape, es muy fuerte en ellos.

De manera simbólica, algunos pueden sentir una atracción hacia los deportes de riesgo, o hacia actividades como volar o escalar. Cualquier acción que les ayude a despegar los pies de la tierra, pero que no requiera paciencia ni un entrenamiento prolongado.

El puer aeternus es la imagen del hombre que vive el arquetipo de la eterna juventud. En el fondo, son seres ingenuos e idealistas, que viven toda su existencia como eternos adolescentes, algo que también se puede observar en su aspecto físico o en su forma de vestir.

En el trato social son encantadores y creativos, llenos de vida y dotados de un temperamento atractivo y chispeante. Rechazan con vehemencia lo convencional, las “normas de la sociedad”. Suelen tener una conversación interesante y, en un primer momento, llaman la atención por la energía que transmiten. Curiosamente, estos individuos provocan un enorme cansancio cuando nos separamos de ellos, como si hubieran agotado nuestras reservas.

Marie-Louise von Franz

Ahora bien, también se dan casos en que la persona transmite la imagen letárgica de un adolescente aburrido, alguien que carece de la energía suficiente como para realizar ninguna acción.

Siguiendo el trabajo de Jung, von Franz ubica este complejo dentro de las relaciones entre el varón y su madre. Aquí se manifiesta la imagen de la madre devoradora, que impide el desarrollo del hijo. Esta imagen se interioriza como ese aspecto regresivo del inconsciente que, cuando invade a la persona, le lleva a fracasar en cualquier empeño. De hecho, muchos guardan una carta secreta bajo la manga, el suicidio. Se dicen a sí mismos que si no consiguen esto o aquello, se quitarán la vida. Simbólicamente, esto significa retornar a la Madre (a la tierra), de cuyo vientre nunca quisieron salir.

Hay un doble aspecto del arquetipo del niño. Por un lado está el dios-niño, el “niño divino”, que simboliza la renovación de la vida, la espontaneidad y la posibilidad de que surjan nuevas oportunidades en la vida. Esta figura del niño divino, suele aparecer de forma repentina y cambia la existencia. Se relaciona con la creatividad y existe, hasta cierto punto, en toda persona creativa o artística.

En su forma negativa, la figura del dios-niño nos lleva a ser infantiles, perezosos, dependientes, a dejar de lado las responsabilidades. La figura negativa del niño es regresiva en el adulto. Nos impulsa hacia la indolencia, el fracaso y la autodestrucción.

Un reflejo de este complejo se ve en la impaciencia que domina a estas personas. Como los niños, tienen dificultades para entender los ritmos naturales que se aplican en todos los ámbitos y especialmente en las relaciones humanas. Lo quieren todo deprisa y se aburren muy rápido cuando no tienen estimulación.

De hecho, otra de las características que definen esta tendencia es la manera en que abandonan cualquier proyecto, relación o empeño a la primera dificultad. Les falta perseverancia y, por ese motivo, los contratiempos se convierten en grandes obstáculos que destruyen sus ilusiones con demasiada facilidad.

Las tareas tediosas, que resultan desagradables para cualquier persona, se vuelven insoportables para ellos. Por eso, no sólo se echan atrás ante la dificultad, sino que renuncian cuando la tarea a realizar pierde el interés y tienen que dedicar tiempo a los pequeños detalles desagradables que forman parte de cualquier trabajo (incluso de los tipo creativo).

El resultado de esta falta de perseverancia, unido a la incapacidad de afrontar desafíos, hacen que estas personas no terminen casi nada de lo que empiezan. Como relata von Franz de un modo muy elocuente, quizás le dicen a todo el mundo que están escribiendo una gran novela, pero realmente, ese proyecto sólo existe en su imaginación y nada concreto se lleva a cabo. Los niños eternos se aburren mucho, del mismo modo que sucede con los niños de verdad. 

En las relaciones sentimentales, estos hombres tienden a atraer a mujeres que les hacen daño con cierta facilidad, o a falsos amigos que se aprovechan de su idealismo. Son presa fácil de los estafadores, así como del odio de algunas mujeres que guardan un profundo rencor hacia el género masculino.

En las relaciones, suele hacer el papel de “buen chico”, incapaz de defenderse cuando es necesario. Esto se debe a que el ánimus (la parte masculina) de las mujeres, tiene un enorme poder sobre él, puesto que ve en ella un reflejo del poder materno.

Cuando una mujer monta una escena (con motivo o sin él), este hombre agacha la cabeza, o bien se hace responsable de todo, incluso de aquello que no es culpa suya. Pero luego, el día menos pensado, desaparece. Abandona la relación de un modo alocado y cruel, con frecuencia sin dar razones y dejando a la otra persona en el vacío.

El puer aeternus es débil y complaciente en su manifestación externa. Pero en el inconsciente, su sombra es cruel, insensata e infiel. Es el resultado de haber vivido bajo el yugo de una madre excesivamente fuerte y devoradora, que no deja espacio para otra mujer en el alma de su hijo.

Salir de la parte más negativa de este arquetipo no es una tarea fácil. Con frecuencia, la persona entiende intelectualmente toda la cuestión, pero no desea realizar un cambio real. Además, está el miedo de aquellas personas más creativas de perder esa creatividad en el proceso (esto no tiene por qué suceder).

Emocionalmente, un hombre con un ánima infantil debe experimentar sentimientos intensos y fuertes decepciones. Sólo entonces empieza a conocerse a sí mismo y a las mujeres. Pero si pretende ser razonable o extirpar de raíz sus emociones no desarrolladas, lo que se consigue es el efecto opuesto: un adulto resentido, desencantado y falto de vida. La materia prima se transforma poco a poco, en contacto con la realidad.

Otra herramienta de crecimiento es el trabajo cotidiano, sobre todo en los momentos en que es aburrido o difícil. Cuando la persona creativa consigue logros a pesar de estas dificultades, puede empezar a sentir que este complejo va quedando atrás.

Aunque von Franz habla fundamentalmente de los varones, ciertas expresiones de este arquetipo se dan también en las mujeres, probablemente a partir de su ánimus. Sea como sea, ellas también pueden quedar enredadas en la parte más oscura de la psique infantil, o integrarla de un modo creativo.