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Eris – El valor de la discordia

Este artículo forma parte de una serie sobre los Nuevos Planetas Astrológicos.

El planeta enano Eris es otro de esos cuerpos extremadamente fríos que se encuentran en las regiones externas del sistema solar. Fue descubierto en 2005 y lleva el nombre de una divinidad griega, que en nuestro idioma se transcribe a veces como Éride.

Eris tiene un período de revolución en torno al zodiaco de unos 560 años, lo que lo convierte en uno de los cuerpos más lentos que podemos analizar astrológicamente. Prácticamente todas las personas que vivimos en la actualidad, lo tenemos ubicado en el signo de Aries, por lo que sólo se podría analizar su posición por casa dentro de una Carta Natal.

En la mitología, Eris es la diosa de la discordia, hermana del belicoso Ares (Marte) y muy aficionada a deambular por los campos después de la batalla, donde se regocija con el sufrimiento de los que agonizan.

La historia más conocida de Eris la relaciona con el inicio de la Guerra de Troya. Se cuenta que cuando Tetis (una diosa menor del mar) y Peleo (un mortal), decidieron contraer matrimonio, invitaron a todo el panteón de dioses, excepto a Eris. Algo natural, pues nadie querría tener a la discordia en su banquete de bodas.

Aun así, Eris se introdujo en la fiesta, y cuando todos los dioses estaban comiendo a la mesa, arrojó sobre ella una manzana con una inscripción grabada: «para la más hermosa». Tres diosas alargaron la mano para coger el fruto de la discordia: Hera, fiel esposa de Zeus; Atenea, señora de la sabiduría, y Afrodita, que gobierna sobre el amor y el placer.

El conflicto estaba servido y como Zeus no quiso intervenir en semejante embrollo, remitió el veredicto a un mortal llamado Paris. De las tres diosas, Afrodita fue la más astuta. Sobornó a Paris con los amores de Helena de Troya, para disgusto de Hera y Atenea, que juraron venganza sobre los troyanos. Sea como sea, la gran ganadora fue Eris, que azuzó la enemistad entre las diosas y tuvo, como premio, una guerra con la que disfrutar.

A primera vista, Eris no parece un símbolo astrológico muy benévolo, pero tenemos que profundizar un poco para entender su verdadera naturaleza y sus virtudes.

La discordia se relaciona con todo aquello que genera conflicto, y el conflicto es algo que muchos evitan a toda costa. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando nos sentimos invadidos, abusados o coaccionados? ¿Es bueno entonces evitar el conflicto, agachar la cabeza, transigir? ¿O acaso no será mejor, en esos casos, alzar la voz, denunciar los hechos, ser el invitado molesto en el banquete?

La rivalidad entre las diosas siempre existió. La función de Eris fue ponerla, literalmente, sobre la mesa. En algunos momentos, existen conflictos internos que no queremos sacar a la luz. Diversas partes de nuestro ser están en guerra y no queremos verlo. En esos casos, muchos recurren a la estrategia de culpar a los demás, como una forma de encontrar paz consigo mismos. Es decir, dejar a Eris fuera de la fiesta. Pero justo es en esos momentos cuando Eris nos provoca, causando una crisis interior.

La discordia no resuelta puede manifestarse como una depresión sin causa aparente, como una enfermedad psicosomática, como una serie de pesadillas recurrentes, como un brote de ansiedad paralizante. Es el precio que se paga cuando no se observan las aguas emocionales (Tetis), que se remueven el interior de nuestra condición humana (Peleo). Por eso nunca hay que tener miedo a mirar, nunca hay que tener miedo al conflicto.

Las tres diosas en disputa nos hablan de tres segmentos de nuestro ser que con frecuencia están en conflicto. Hera es la fidelidad a la tradición, lo que nos han enseñado como bueno y correcto, estar con aquellos que quizá no nos respetan (como el infiel Zeus), pero de los que no nos atrevemos a alejarnos. Atenea es la racionalidad extrema, la frialdad en ocasiones, el espíritu de feroz independencia que nos hace extraños a los demás. Afrodita es el deseo sin freno, el placer que no piensa en las consecuencias de sus actos, que no repara en medios para conseguir lo que quiere.

Todos estos arquetipos tienen su parte positiva, pero si nos dejamos llevar por sus aspectos más bajos, acabarán discutiendo en nuestro interior. Desearán conquistar a nuestro ego (Paris), intentando ganar una guerra que no se puede ganar.