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Logros y dificultades en la conexión profunda

Las experiencias de conexión nos conducen a las siguientes reflexiones y logros.

Sentir que Todo es sagrado. Vivir distanciados de la interconexión de todo lo que existe, es lo que permite que algunas personas malgasten los recursos naturales, abusen en sus relaciones o incluso, que se maltraten a sí mismas. A medida que nos vamos liberando de la pesada carga del narcicismo, se produce una apertura a la experiencia de la sacralidad, la belleza y la fuerza perenne de la vida. Cuanto más hondamente conectamos con nuestro interior y con todo lo que nos rodea, más fuertemente nos conmociona la grandeza de todo lo que existe.

Reconocer que Todo es Uno. Cuando conectamos con algo o con alguien, estamos creando un sistema. Tal como sabemos hoy en día, cualquier sistema es mucho más complejo y más poderoso que la suma de sus componentes. De hecho, en los sistemas existen «cualidades emergentes», que son precisamente aquellos aspectos que genera el propio sistema. Así, un grupo de personas pueden conseguir más que lo que lograrían todos los miembros por separado. La realidad última, tal como han revelado tanto los místicos como la ciencia contemporánea, es que todo está interconectado, todo es Uno. Así que en la medida que nos abrimos a esta conciencia, realmente estamos abriendo los ojos a la auténtica realidad.

El mundo es abundante. Una de las ideas que nos mantienen desconectados es el concepto de escasez, un concepto que es utilizado por grupos de poder para mantener a los seres humanos en un estado de perpetua competitividad e insatisfacción. La realidad es que muchos de los elementos esenciales para vivir son gratis, y aquellos que no lo son, se encuentran en abundancia. Como dijo Gandhi: «hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades del ser humano, pero no para satisfacer su codicia». Realmente, necesitamos menos bienes de consumo de los que creemos y también podemos tejer redes de generosidad que nos enriquezcan a todos a muchos niveles.

La realidad coopera con nosotros. Más allá de los deseos del ego, existe un amplio abanico de vivencias que están esperando nuestra participación consciente. Lo que demuestra la experiencia, una y otra vez, es que cuando conectamos con algo superior, más completo y más complejo que la pobre imagen que solemos tener de nosotros mismos, se abren puertas y surgen oportunidades por doquier.

Todo cuenta, todo es importante. Realmente, cuanto más experimentamos la sensación de unión, con más fuerza somos conscientes de que todos los elementos que componen la realidad son importantes. Del mismo modo que en un ecosistema cada especie tiene una función, en la sociedad, cada persona cuenta. Cada uno de nosotros es una fórmula única, que puede aportar algo que nadie más puede aportar. Nadie es insignificante. Tú vales y se te necesita.

La vida es un milagro. A pesar de los momentos difíciles que debemos pasar (y que también son necesarios para nuestro desarrollo), una vida en conexión profunda nos devuelve la sensación de sentido y plenitud que todos anhelamos. La realidad es que, con este cuerpo, sólo tenemos esta vida y merece la pena vivirla con autenticidad. La existencia es demasiado breve como para desperdiciarla. No somos seres que tenemos una vida, nosotros somos la Vida.

La conexión conduce al servicio. Una de las cuestiones centrales que emergen cuando recuperamos la conexión consciente con el entorno es la idea de que todos podemos aportar algo a la mejora del mundo. No es necesario realizar ningún acto heroico. Acciones más simples como estar pendientes de un amigo enfermo, reciclar la basura, comprar productos locales, participar de algún proyecto social, compartir nuestro conocimiento, proporcionan una gran satisfacción. Salir de la trampa del «yo» aislado conduce inevitablemente al servicio.

Somos responsables. No somos espectadores en la trama de la vida, somos protagonistas. Nuestros actos tienen peso. Así que, en vez de inhibirnos, podemos asumir nuestra parte de responsabilidad, mayor o menor, en nuestro propio bienestar, en las relaciones que tenemos con los demás y en la marcha global del planeta. De este modo, más que pedir, podemos empezar a dar.

Problemas en la conexión

Aunque todo forma parte de la unidad, incluso aquello que es desagradable o problemático, ciertamente podemos encontrar algunas dificultades o barreras que conviene tener en cuenta para hacernos el camino más fácil. Algunas de ellas son:

Conexión superficial. La conexión no tiene que ser necesariamente física o cercana, pero sí debe ser auténtica. Desde el momento en que nos manifestamos detrás de una máscara o interpretamos un papel, la conexión se vuelve superficial. Esto no quiere decir que toda interacción humana tenga que ser siempre profunda y significativa. Los instantes ligeros en nuestra relación con los demás y con nosotros mismos, son necesarios y bienvenidos. Pero una conexión, antes o después, tiene que desarrollar momentos profundos y auténticos.

Conexión irrespetuosa. Aunque haya una dimensión suprema en la que «todo es uno», en nuestra realidad cotidiana tenemos que asumir que cada ser es autónomo. Cada quien tiene derecho a aceptar o a rechazar la conexión, sin necesidad de dar explicaciones. Saber decir que «no» es tan importante como saber decir que «sí». Por este motivo, el respeto a uno mismo y a todo lo que nos rodea, es una condición básica para vivir. Esta es la razón por la que hay que cerrar aquellas relaciones donde no existe respeto o donde la conexión es imposible, ya que, a través de ellas, ni nos ayudamos ni ayudamos a la otra parte.

Perder los límites. Aunque un «yo» inflado sea siempre un problema, no hay que olvidar que el yo existe por algo, cumple una función. En esta realidad, del mismo modo que necesitamos sentir la experiencia de no tener límites, también precisamos volver a nuestros límites. Si nos perdemos en la vastedad de las experiencias, quizás no podamos volver. O quizás no entendamos correctamente los límites de los demás.

Inflación del ego. Poder conectar con algo más amplio que uno, no es una característica que deba hacer que nos sintamos mejores que los demás, ya que se trata de una experiencia que está al alcance de cualquiera. Precisamente no será en el transcurso de la experiencia cuando surjan sensaciones de omnipotencia del ego, pero sí después. Conviene no olvidar que cualquier experiencia debe estar integrada en la vida para que realmente contribuya a nuestro desarrollo.

Sentimientos de depresión. Algunas personas, ante la vastedad de ciertas experiencias, pueden sentir que su valía, en vez de incrementarse, disminuye. Los sentimientos de depresión suelen estar conectados con los relatados en el apartado anterior, porque todo lo que sube, baja. De nuevo, unir nuestras experiencias al conjunto de nuestra vida, a la realidad del aquí y ahora, contribuye a estabilizarnos. Por otro lado, expresar nuestras emociones en el servicio a los demás suele contribuir al equilibrio.

Descontrol emocional. Las experiencias de conexión no son siempre agradables. Acompañar a una persona en la última etapa de su vida, por ejemplo, puede ser una experiencia muy profunda, pero también devastadora. Ante ciertas emociones abrumadoras, es posible que sintamos que estamos perdiendo pie en el mar de la realidad. El contacto con personas más estables y las experiencias en la naturaleza ayudan a estabilizar estos problemas.