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Por qué es importante el equilibrio en las relaciones

¿Por qué algunas relaciones prosperan mientras que otras se hunden sin remedio? ¿Por qué hay personas que nunca se cansan de dar y otras que sólo esperan recibir? ¿Cuál es el cimiento de las relaciones humanas?

En verdad, todas las relaciones humanas se basan en el intercambio, en lo que vamos dando y recibimos a lo largo del tiempo.

Este «dar y recibir» no es simple contabilidad, sino que comprende tanto la vertiente emocional, como la material o la intelectual. De este modo, las personas que tienen un vínculo entre sí, se intercambian cariño, cuidados, favores materiales, ideas, compañía, etcétera.

Cuando hablamos del intercambio hay que distinguir entre aquellas relaciones que se dan entre iguales y las que se dan entre diferentes generaciones. Hay una lógica muy evidente en pensar que padres e hijos no pueden ser considerados «iguales», puesto que pertenecen a generaciones diferentes y tienen distintos roles. De este modo, los padres no pueden ser amigos de sus hijos, puesto que están en otro nivel.

Las relaciones entre iguales son aquellas que se dan entre los hermanos, en el seno de una pareja, con los amigos íntimos o incluso con los socios comerciales.

Distinguir entre el nivel de los iguales y el de aquellos que no pueden considerarse iguales es relevante. Esto se debe a que las relaciones entre iguales no pueden funcionar si hay un desequilibrio en los intercambios, mientras que las relaciones entre desiguales pueden seguir adelante sin ese balance.

Así, un progenitor está dispuesto a dar la vida por su hijo o hija, antes de que su vástago entregue su vida por él. En la vida cotidiana, cuando el padre o la madre hacen algo por el hijo, no esperan una recompensa, y mantienen intacto su amor aun cuando el hijo no devuelva el favor.

Por eso en las relaciones entre padres e hijos no hay por qué reclamar una equidad, más allá del bien que cada uno quiera hacer al otro, sin esperar recompensa.

En cambio, si en el seno de una pareja, es decir, entre iguales, uno de los miembros hace un gran sacrificio que no es recompensado ni reconocido, la relación queda herida de muerte.

Una norma que se observa una y otra vez es que:

Aquellas relaciones entre iguales en las que no se produce un intercambio continuo y equitativo, acaban por romperse.

Da igual que uno se esfuerce en mantener el vínculo, si no hay un intercambio, hay una ruptura.

Cuando el intercambio no se da de manera continua, nos encontramos con los vínculos que están estancados, donde nadie hace nada y los sentimientos van muriendo lentamente. Si el equilibrio no es equitativo, se producen tensiones que acaban por debilitar y destruir el vínculo. Así:

  • La persona que da, pero se niega a recibir, se aísla en el resentimiento (los «salvadores» siempre están solos).
  • Aquel que sólo quiere recibir, pero se niega a dar, se aísla en un sentimiento de superioridad.

Por eso, para que una relación prospere, uno debe estar abierto a dar y a recibir. Además, debe existir la disposición a dar y a recibir en una medida que interiormente se sienta como correcta. Si alguien quiere dar mucho a cambio de nada, debería preguntarse el por qué, puesto que esa decisión le conduce a la soledad.

El amor entre las personas sólo crece a través de los intercambios, dando un poco más, pero no mucho más, de lo recibido. De este modo, damos la oportunidad a la otra parte para que nos recompense con un poco más de lo que le hemos dado.

Hay una derivada muy interesante en todo esto: si quieres cortar una relación, puedes hacerlo si te niegas a recibir nada de la otra persona.

No hay que olvidar que el balance en las relaciones está escrito en un libro de cuentas que todos llevamos dentro, lo reconozcamos o no.